Editorial
[Editorial]Osvaldo Reyes1
1. Editor en Jefe.
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Resumen
El mundo de las revistas científicas no está exento de los dramas que podemos encontrar en otros ámbitos literarios. La más reciente gira alrededor de la propuesta de la revista eLife, cuyo editor prometió a inicios del año que publicaría todos los artículos recibidos, una vez fueran enviados a la revisión por pares. Esto implicaría que los involucrados en estudios de investigación jamás volverían a recibir una carta de rechazo, medida que fue recibida con aprecio y desconfianza por partes iguales. Por un lado, se evitan los criterios subjetivos de los revisores, que podrían considerar que un tema no amerita ser publicado por carecer de interés (decisión que algunas veces proviene de una impresión personal y no de un entendimiento real que hasta pequeños hallazgos pueden tener grandes repercusiones), pero, por el otro, ponen a disposición de miles de miembros del sistema de salud artículos que podrían estar sesgados, plagados de errores metodológicos o, y no sería la primera vez, ser el fruto de la imaginación del o los autores. Cuando ponemos en la balanza ambos escenarios, creo que es evidente el riesgo que representa el segundo por encima del primero.
Aun cuando puede parecer una buena idea y entiendo el loable propósito detrás de la premisa, es una medida peligrosa en el mundo moderno altamente globalizado. La existencia de las fake news es una prueba fehaciente del riesgo que representa un rumor convertido en realidad por el poder de las redes sociales. En el caso de los artículos científicos, que pueden ser modificados y disecados a criterio del lector, presentando solo la información que necesitan para defender un punto de vista, es una herramienta volátil. Si estas investigaciones no pasan por el riguroso proceso de revisión y edición que ofrece la evaluación por pares, liberamos al mundo, con la etiqueta de “artículo científico” datos que podrían convertirse en normas de atención, con el potencial de afectar la salud de miles de personas en todo el mundo.
La única forma de hacer frente a esta situación y que ideas como la del eLife funcionen es desarrollar en los receptores de estos artículos la capacidad de evaluar de manera crítica estos estudios. Lamentablemente, el tema de “lectura crítica” no forma parte de la mayoría de los programas universitarios de medicina, reduciéndose a pequeños cursos (muchas veces no obligatorios) que solo llegan a unos pocos interesados. Mientras no logremos que la mayoría de los egresados del sistema de salud tengan la capacidad de discernir que conclusión presentada es válida o no, el publicar de manera indiscriminada no es más que una bomba de tiempo que, tarde o temprano, nos cobrará nuestra falta de visión.
Abstract
The world of scientific journals is not exempt from the dramas that can be found in other literary fields. The most recent one revolves around the proposal of the journal eLife, whose editor promised at the beginning of the year that he would publish all the articles received, once they were sent to peer review. This would mean that those involved in research studies would never again receive a rejection letter, a measure that was received with equal parts appreciation and distrust. On the one hand, it avoids the subjective criteria of the reviewers, who might consider that a topic does not merit publication because it lacks interest (a decision that sometimes comes from a personal impression and not from a real understanding that even small findings can have major repercussions), but, on the other hand, it makes available to thousands of members of the health system articles that could be biased, plagued by methodological errors or, and this would not be the first time, be the fruit of the imagination of the author or authors. When we put both scenarios on the scale, I think it is clear that the latter is more risky than the former.
Although it may seem like a good idea and I understand the laudable purpose behind the premise, it is a dangerous measure in the highly globalized modern world. The existence of fake news is proof of the risk posed by a rumor turned into reality by the power of social networks. In the case of scientific articles, which can be modified and dissected at the reader's discretion, presenting only the information they need to defend a point of view, it is a volatile tool. If this research does not go through the rigorous review and editing process that peer review provides, we release to the world, under the label of "scientific article" data that could become standards of care, with the potential to affect the health of thousands of people around the world.
The only way to address this situation and make ideas like eLife work is to develop in the recipients of these articles the ability to critically evaluate these studies. Unfortunately, the subject of "critical reading" is not part of most university medical programs, being reduced to small courses (often not mandatory) that only reach a few interested people. As long as we do not achieve that most of the graduates of the health system have the ability to discern which conclusion presented is valid or not, publishing indiscriminately is nothing more than a time bomb that, sooner or later, will charge us for our lack of vision.
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