Editorial

[Editorial]

Osvaldo Reyes1



Published: 2020-05-30

Abstract

Se requirió de una pandemia para recordarle al mundo la importancia de la ciencia, a pesar de que está demostrado que una de las diferencias entre los países desarrollados y los que se encuentran en vías de desarrollo es el nivel de inversión en investigación. Según las Naciones Unidas (2017), el promedio de inversión global del Producto Interno Bruto (PIB) en investigación ronda el 1.14%. La diferencia es notable al comparar los más interesados (Israel: 4.58%, Corea del Sur: 4.55% y Suecia: 3.31%) con los que se encuentran al final de la tabla (Iraq: 0.04%; Myanmar: 0.03% y Madagascar 0.01%).

Ciencia, tecnología e investigación. Palabras que no tienen un valor evidente, excepto para los que trabajan en ellas. Que han tenido que ver, por años, como deportistas o celebridades reciben millones de dólares, mientras queellosse ven obligados a aceptar lo que el gobierno considere apropiado para el valor de su trabajo, montos que siempre estarán muy por debajo del recibido por los primeros. Que tienen que ingeniarse en estirar los fondos recibidos para que rindan lo más posible, mientras observan como se despilfarran cantidades cien veces mayor en publicidad estatal, en apoyo monetario para partidos políticos (pre y post elecciones) o en la última “idea” que el gobernante de turno considere adecuada para mejorar su popularidad.

Y entonces fuimos golpeados por la Naturaleza, por un enemigo biológico que nadie vio venir, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud venía avisando desde marzo de 2019 que el riesgo de una pandemia era inminente, más una cuestión de cuándo. El agente etiológico en la mira era el virus de la influenza, pero fue otro el que puso al mundo de rodillas. Un pequeño coronavirus, miembro de una amplia familia ya conocida de causantes de enfermedades tan comunes como la gripe a terribles amenazas que nunca llegaron a cruzar el Atlántico, como el MERS-CoV. El nuevo virus que forma parte de nuestras vidas desde diciembre, aunque no lo supiéramos, se conoce como SARS-CoV-2 (SevereAcuteRespiratorySyndrome Coronavirus 2) y la enfermedad que provoca como COVID-19 (Coronavirus Disease 2019). Términos que usamos en nuestro diario vivir, no solo a nivel hospitalario, sino en conversaciones científicas, en grupos de chats y en las redes sociales.

Países que redujeron presupuestos a instituciones científicas de toda índole, en beneficio de otros rubros, ahora solicitan que estas mismas organizaciones se esfuercen al máximo. Los fondos que les fueron negados, ahora otorgados como préstamos extraordinarios. Los funcionarios ignorados hasta el momento, alabados como héroes.

¿Lo son? No más que lo eran diez años antes, cuando hacían lo mismo, pero sumidos en la oscuridad de la indolencia estatal. La diferencia es que ahora no son invisibles. Son la cara que le hace frente a la amenaza. Son los que tratan de encontrar una solución que permita al mundo volver a la normalidad. Una donde, seamos realistas, es muy probable que regresen a las sombras que la ciencia impone en los que recorren sus caminos. Seguirán donde siempre han estado, en los hospitales, en los laboratorios, en la calle, viendo como las personas a su alrededor se olvidan de su existencia o del servicio prestado, para aplaudir las hazañas del próximo artista del balón.

Esperemos que este golpe de humildad aplicado de manera magistral por una partícula que no sobrepasa los 200 nanómetros de tamaño y con solo cuatro proteínas estructurales en su superficie, consiga lo que el sentido común no logró. Poner las cosas en perspectiva y que los gobiernos aprendan que el dinero invertido en salud e investigación no es un desperdicio. Es una cuenta de ahorro con grandes intereses y que, cuando menos lo esperen, será la única herramienta capaz de ayudarles a sobrevivir la próxima pandemia.

Porque vendrá. No lo duden. Es una cuestión de cuándo.


Abstract

Se requirió de una pandemia para recordarle al mundo la importancia de la ciencia, a pesar de que está demostrado que una de las diferencias entre los países desarrollados y los que se encuentran en vías de desarrollo es el nivel de inversión en investigación. Según las Naciones Unidas (2017), el promedio de inversión global del Producto Interno Bruto (PIB) en investigación ronda el 1.14%. La diferencia es notable al comparar los más interesados (Israel: 4.58%, Corea del Sur: 4.55% y Suecia: 3.31%) con los que se encuentran al final de la tabla (Iraq: 0.04%; Myanmar: 0.03% y Madagascar 0.01%).

Ciencia, tecnología e investigación. Palabras que no tienen un valor evidente, excepto para los que trabajan en ellas. Que han tenido que ver, por años, como deportistas o celebridades reciben millones de dólares, mientras queellosse ven obligados a aceptar lo que el gobierno considere apropiado para el valor de su trabajo, montos que siempre estarán muy por debajo del recibido por los primeros. Que tienen que ingeniarse en estirar los fondos recibidos para que rindan lo más posible, mientras observan como se despilfarran cantidades cien veces mayor en publicidad estatal, en apoyo monetario para partidos políticos (pre y post elecciones) o en la última “idea” que el gobernante de turno considere adecuada para mejorar su popularidad.

Y entonces fuimos golpeados por la Naturaleza, por un enemigo biológico que nadie vio venir, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud venía avisando desde marzo de 2019 que el riesgo de una pandemia era inminente, más una cuestión de cuándo. El agente etiológico en la mira era el virus de la influenza, pero fue otro el que puso al mundo de rodillas. Un pequeño coronavirus, miembro de una amplia familia ya conocida de causantes de enfermedades tan comunes como la gripe a terribles amenazas que nunca llegaron a cruzar el Atlántico, como el MERS-CoV. El nuevo virus que forma parte de nuestras vidas desde diciembre, aunque no lo supiéramos, se conoce como SARS-CoV-2 (SevereAcuteRespiratorySyndrome Coronavirus 2) y la enfermedad que provoca como COVID-19 (Coronavirus Disease 2019). Términos que usamos en nuestro diario vivir, no solo a nivel hospitalario, sino en conversaciones científicas, en grupos de chats y en las redes sociales.

Países que redujeron presupuestos a instituciones científicas de toda índole, en beneficio de otros rubros, ahora solicitan que estas mismas organizaciones se esfuercen al máximo. Los fondos que les fueron negados, ahora otorgados como préstamos extraordinarios. Los funcionarios ignorados hasta el momento, alabados como héroes.

¿Lo son? No más que lo eran diez años antes, cuando hacían lo mismo, pero sumidos en la oscuridad de la indolencia estatal. La diferencia es que ahora no son invisibles. Son la cara que le hace frente a la amenaza. Son los que tratan de encontrar una solución que permita al mundo volver a la normalidad. Una donde, seamos realistas, es muy probable que regresen a las sombras que la ciencia impone en los que recorren sus caminos. Seguirán donde siempre han estado, en los hospitales, en los laboratorios, en la calle, viendo como las personas a su alrededor se olvidan de su existencia o del servicio prestado, para aplaudir las hazañas del próximo artista del balón.

Esperemos que este golpe de humildad aplicado de manera magistral por una partícula que no sobrepasa los 200 nanómetros de tamaño y con solo cuatro proteínas estructurales en su superficie, consiga lo que el sentido común no logró. Poner las cosas en perspectiva y que los gobiernos aprendan que el dinero invertido en salud e investigación no es un desperdicio. Es una cuenta de ahorro con grandes intereses y que, cuando menos lo esperen, será la única herramienta capaz de ayudarles a sobrevivir la próxima pandemia.

Porque vendrá. No lo duden. Es una cuestión de cuándo.

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